Saturday, May 11, 2013

"UN CUENTO DE MIERDA"


   



Nota: Antes de pasar a leer Un Cuento de Mierda, le sugiero a los lectores que si gustan de buen humor, pueden adquirir a través de KINDLE la novela de mi autoria titulada El Diálogo de la Vagina, que recién se acaba de publicar. Gracias.


Todas las semanas puntualmente, siempre a la misma hora  como misa de domingo, el camión, mal pintado de distintos colores cruzaba uno de los puestos fronterizos entre México y Estados Unidos allâ por la década de los ochenta. En su interior siempre iba la misma carga: excremento de caballo. Según explicaban los documentos y el chofer de turno, la carga se utilizaría como abono. A las preguntas del agente fronterizo gringo, el chofer explicaba:--Nada de química,todo muy natural, para hacer crecer las plantas y sobre todo las verduras que usted—agregaba el chofer pícaramente ante el gesto de asco del guardia y la sonrisa burlona de los cuatro ayudantes que le acompañaban,--se va a comer en su próxima ensalada.
Como dicho camión pasaba por el puesto aduanal los martes a las diez de la mañana, siempre la revisión le tocaba hacerla al  mismo guardia por tratarse del dia y horario asignados a él.
Dicho guardia tenía fama por experiencias anteriores de detectar cualquier contrabando de drogas escondidas bajo cualquier forma de camouflage y su experiencia lo puso en alerta desde el primer dia en que vió aquel camión pintado tan extrañamente y con aquella carga apestosa, y se hizo el propósito de no permitir que le pasaran gato por liebre y descubrir, a como diera lugar, lo ilegal que transportaba el chofer y sus ayudantes que todas las semanas pasaban por su garita.
Durante varias semanas siempre sucedía lo mismo. El guardia fronterizo cuando veía aproximarse al camión se ponía como un toro bravo ante el torero. Se plantaba en el centro de la calle y, con un gesto imperativo y encabronado, ordenaba que se detuviera. Una vez que el chofer le obedecía y, sin mediar palabra alguna, iba hacia la parte trasera del vehículo y con pañuelo en el rostro como si fuese un asaltante de banco, se introducía hasta las profundidades de la pila de estíercol allí donde el hedor era mas fuerte y, finalmente salía de allá como cualquiera se quiera imaginar, sin haber encontrado la droga que buscaba y que no era lo que el olía en cantidades industriales. No está demâs decir que al chofer y a sus ayudantes les resultaba muy dificil aguantar que se les escapara alguna que otra carcajada por lo inútil de la busqueda realizada por el guardia pues ellos sabian que no llevaban ningún tipo de estupefaciénte.
El siguiente paso del oficial era el mismo todos los martes. Después de su fatigosa y apestosa tarea se encaminaba hacía la cabina del camión y mas encabronado que antes de haber entrado a la pila del abono, le pedía al chofer los papeles del camión, de la carga y del itinerario del mismo y sobre todo los permisos sanitarios para transportar esa apestosa porquería. Revisado los documentos y encontrado todo sospechosamente en regla, daba la orden a grito limpio, para que siguiera su camino “el maldito camión”como ya le llamaba mentalmente.
Al cabo de diez semanas de la misma insoportable peste todos los martes y sin haber logrado un cambio de garita y por ende de mal olor como le había casi suplicado a sus superiores, decidió que ese martes iba a ser el día en que descubriría el contrabando ilegal que él estaba convencido que le estaban pasando por delante de y por dentro de sus narices.
Para llevar a cabo su plân pidió prestado a otra agencia del gobierno federal un perro Pastor Alemân que tenía fama de tener mâs olfato que nariz, y de ser capaz de oler cualquier droga aunque la estuvieran cultivando en ese instante a mil millas de su entrenado hocico.
A las diez en punto de ese martes el camión llegó como de costumbre y como ya también estaba acostumbrado el chofer frenó el vehículo ante la enérgica mano en alto del guardia. El Pastor Alemân, a una señal que le hiciera con cara de satisfacción su nuevo jefe,salió a toda carrera y a velocidad increible penetró en la parte trasera del camión. La velocidad de salida del perro casi inmediatamente después de la entrada lo hubiera hecho merecedor de ganar cualquier carrera en el mas exigente canódromo profesional. Entre los distintos ayudantes y choferes del camión se comenzó a correr la jarana de que ese perro ya no sería capaz ni de oler una perra en celo ni aunque la tuviera acostada al lado de él. Ya cansado de aquella situación repetitíva de lo mismo todos los martes a las diez de la mañana, y llegando hasta él rumores de un inminente traslado, no por su pedido sino por inepto, y como ser testarudo y ser humano van de la misma mano, el guardián habló con sus superiores y les pidió una última oportunidad para descubrir la carga ilegal. Al“apestoso”, como ya era conocido burlonamente por sus compañeros, se le concedió el permiso.
Toda la mañana del martes se la pasó el oficial pensando en lo sucedido con referencia al “hijo de la chingada” como ya le llamaba muy mejicanadamente el Americano al camión. Por su mente pasaron toneladas y toneladas de excremento y por mâs que pensaba no encontraba un lugar en el camión donde pudieran esconderle la maldita droga ilegal que el tan profesional y encabronadamente buscaba. Al no ser….
--Ya se!—se dijo para sus adentros con sonrisa triunfal.
El camión llegó como siempre al puesto fronterizo. Ante la señal del agente se detuvo firme y como ya era costumbre el chofer esperó la revisión. Pero no,en esta oportunidad el guardia no fué hacia la parte trasera del vehículocomo siempre hacía ,sino que se dirigío directamente a la cabina donde, sin mediar saludo de cortesía y con sonrisa mâs que pícara, le dijo al hombre en el volante:
--Dame los papeles.
El hombre se inclinó hacia la guantera con la intención de sacar los documentos del camión y de la carga, pero el guardia, ampliando más su sonrisa hasta casi convertirla en una sonora carcajada, no le dejó terminar la operación y le dijo:--Los papeles del camión,no; los tuyos de inmigración y los de tus ayudantes.
El hombre que manejaba el camión le sonrió y sin inmutarse puso en marcha atrás el vehíiculo, a la par que decía sonriendo también:--Se sabía que algún día se tenía que acabar esta mierda….

Escribe: Modesto Reyes Canto.
Arte: Karen Reyes.

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