“La
percepción humana es espejo de los hechos y no filtro de la verdad: Mi abuelo.”
Transcurrían
los primeros meses del año 1957. La fecha no se me olvida porque en Cuba, mi
pais, reinaba el caos político. En la Sierra Maestra, zona montañosa de la
isla, se encontraban alzados en armas, luchando contra la dictadura establecida
por Batista, un grupo de hombres y mujeres lidereados por un joven abogado nombrado Fidel
Castro Ruz: La esperanza de grán parte del pueblo cubano para acabar con la
injusticia reinante en la nación.
En
mi casa, al igual que en la gran mayoría de los hogares cubanos de la época, el
hambre amenazaba sentarse como invitada permanente en nuestra mesa. Mi padre,
trabajador de cualquier trabajo honrado, se encontraba desempleado o mal
empleado y por ese motivo en nuestro hogar comenzaba a escasear de todo lo que
hasta la fecha teniamos aunque fuera escasamente, entre ellos los útiles de
cocina que al irse rompiendo por el tiempo, no por el uso, y ante la falta de
recursos monetarios no resultaban nada facil sustituirlos por otros. Lo casi
principal que hacía falta en nuestra cocina, según el entendimiento de mi
madre, eran calderos para cocinar.
-- ¿ Qué ?-- Preguntaba el grupo familiar a coro.
Lo
principal, sin el casi creiamos todos, era los alimentos. Aunque no era menos
cierto que la vieja tenía razón con eso de los calderos y demâs componentes de cualquier vajilla..
Al
barrio de mi infancia, según mis recuerdos, pintoresco, alegre, triste y único
como el de todos, lo visitaba un vendedor ambulante conocido por el nombre de
Perfecto, que vendía cuanto “cacharro” para uso del hogar exstiera entonces. Y
lo más importante; daba crédito, fiaba, para que la gente pobre tuviera
facilidades a la hora de comprar. Todo un precursor del dinero plastico tan de
moda hoy en dia.
Perfecto
era el honor y la honradez hechos persona. Los productos que él vendía no tenían
ninguna garantía de fábrica. Lo que los garantizába era la palabra de Perfecto,
quien, a la menor queja de algún cliente se aparecía con un nuevo utensilio en
perfecto estado y sin indagar sobre el defecto del que le devolvian. Creía en la
palabra ajena con el mismo fervor conque defendía la suya. Lo que si no
soportabe él—y lo decía—era la dehonestidad. Detestaba la mentira pero aun más que le escondieran
verdades.
Un
dia mi madre, cansada de pasar trabajo en la cocina, decidió comprarle a Perfecto
toda la serie de productos que éste vendía. Fueron calderos, sartenes,
cubiertos, jarros, tazas, pozuelos. En fin, mamá quedó preparada como para dar
un banquete con invitados y todo. Claro estâ, todo lo adquirió fiado.
--A
mi esposo le han prometido un buen empleo, Perfecto,--No tendremos problemas
para pagarle. Se lo prometo.
Como
mi nombre señora. Pero no es necesario que prometa nada. Recuerde que la
palabra solamente se compromete cuando se tiene la seguridad que se va a
cumplir y en estos tiempos difíciles que se están pasando el único que tiene
asegurado su empleo es el sepulturero. Basta que usted me diga que me pagará y
ya es suficiente. Pasaré por aquí, como hago con todos mis clientes, cada
quince dias, y ustedes me van pagando como puedan.
Y
ahí mismo comenzó la odisea de Perfecto para tratar de cobrar los útiles de
cocina.
La
primera quincena, aunque a mi padre no le habian dado el buen empleo prometido,
se le pudo pagar algo. No recuerdo si en la segunda también. Pero muy pronto a
mi padre no le dieron el buen empleo, sino que le quitaron el peor que tenía.
Cuando llegó Perfecto se le explicó la real situación existente en casa y que
por tanto era imposible pagarle esa quincena.
--No
importa, señora,--dijo Perfecto y agregó mientras se alejaba:--Ya se acercan
tiempos mejores. En quince ocaciones durante quince quincenas, estuvo viniendo
Perfecto a cobrar y siempre se marchó sin lograrlo. Pues si bien es cierto que
mi padre había logrado trabajar ocacionalmente, eso, le explicaba el viejo, no
le alcanzaba para pagar la deuda contraida con él. Ante los requerimientos de
mi papá, tratando de quedar bien, Perfecto rehusaba terminantemente llevarse
los utensilios y siempre sonriendo prometía volver la quincena próxima.
Y
llegó la última, en la próxima, en visitar Perfecto mi casa tratando de lograr
cobrar lo que casi ya él estaría seguro
que no lograría.
Aquella
mañana tocaron a la puerta y mi padre, por una gotera vertical en la pared y
sin tener que hacer mucho esfuerzo visual, vio que el que tocaba era Perfecto
y, con mucha pena hacia ese hombre, me encomendó la tarea de que fuera yo el
que lo recibiera, advirtiendome que no entrara en explicaciones, que
sencillamente le dijese: mi papá no está.” El que con niño se acuesta”…reza el viejo refrân.
Eso
mismo hice. En cuanto abrí la puerta y sin que mediara saludo alguno le dije a
Perfecto:--Papá dice que no está. La carcajada de Perfecto a lo dicho por mí
nunca se ha borrado de mi mente.
Después de aquella última visita de Perfecto a mi hogar, pasaron muchos meses sin que nadie en el barrio supiera de él. Hasta que apareció una tarde. Era como a mediados del año 59 pues ya hacía unos meses que la Revolución había triunfado. Me recuerdo que cuando tocaron a la puerta mi madre fué la que abrió y la que se puso pálida cuando se encontró frente a frente a Perfecto el de los útiles y que llegaba vestido militarmente con uniforme de verde olivo con unas insignias de capitán en sus hombreras, que en aquella época significaba que el portador de las mismas había peleado de verdad. Cuando mi mamá, a modo de saludo a alguien con deuda pendiente fué a darle una explicación sobre los calderos y demás útiles adeudados, Perfecto, el capitán, así se le cococería en lo adelante, no la dejó terminar:
Después de aquella última visita de Perfecto a mi hogar, pasaron muchos meses sin que nadie en el barrio supiera de él. Hasta que apareció una tarde. Era como a mediados del año 59 pues ya hacía unos meses que la Revolución había triunfado. Me recuerdo que cuando tocaron a la puerta mi madre fué la que abrió y la que se puso pálida cuando se encontró frente a frente a Perfecto el de los útiles y que llegaba vestido militarmente con uniforme de verde olivo con unas insignias de capitán en sus hombreras, que en aquella época significaba que el portador de las mismas había peleado de verdad. Cuando mi mamá, a modo de saludo a alguien con deuda pendiente fué a darle una explicación sobre los calderos y demás útiles adeudados, Perfecto, el capitán, así se le cococería en lo adelante, no la dejó terminar:
--No,señora,
por favor. Yo no vine a visitarlo por ninguna deuda. Llegué hasta aquí como un
viejo amigo.
--Usted
sabe,--dijo mi madre aun confundida y queriendo dar la explicación que no le
habian pedido-- después que usted vino la última vez mi esposo consiguió
un trabajito más o menos. Pero como no lo volvimos a ver y nadie en el barrio sabía
dónde usted se había metido….
--Me
fuí a pelear para la Sierra Maestra, dijo Perfecto y agregó: Precisamente lo
hice el mismo día que estuve aquí como cobrador y su hijo me dijo que su papa
decía que no estaba.
Al
decir la última frase Perfecto el capitán, miró hacia mí y me guiñó uno de sus
ojos.
--No
se si entenderá esto que le voy a decir, señora, continuó Perfecto, pero
siempre me ha gustado estar al lado de la verdad y me alcé en armas porque entendí
que el gobierno anterior era una mentira y eso es lo único que yo no soporto.
Pasado
un rato, donde se tomó hasta una taza de café, Perfecto el capitán, se despidió
de nosotros y prometió volver en otra oportunidad.
Aquella
tarde Superman y Batman pasaron a un segundo plano en la escala de mis héroes.
Perfecto el capitán ya siempre estaría en mi mente cuando en el transcurso de
mi vida, muchas veces obligado por las ciscuntancias, tendría que aguantar que
me dijeran una mentira o lo que era peor, decirla yo.
Después
de aquel día e inexplicablemente para mí, rompiendo su promesa dada de
volvernos a visitar, no supe más de Perfecto el capitán, por los próximos
veintinueve años.
En
el año 1980 ciento veinticinco mil cubanos con igual cantidad de razones, salimos
de Cuba por el Puente marítimo de El Mariel. La grán mayoría nos radicamos en
Norteamérica.
Nueve
años después de mi llegada me encontraba conduciendo mi automóvil acompañado
por uno de mis hijos, por una de las avenidas principales de la ciudad de
Miami. Cual no sería mi sorpresa al identificar un hombre, con una carretilla
vieja, vendiendo limones a diez por un dólar, a Perfecto el vendedor ambulante
de utencilios de cocina. A Perfecto el capitán.
Su
carretilla llamaba poderosamente la atención pues por todas partes tenía carteles
escritos a mano exigiendo estado legal y permisos de trabajos para miles de
nicaraguenses amenazados con ser
deportados. Todo automovilísta que pasaba por su lado hacía sonar la bocina en
solidaridad con Perfecto y la causa justa que ahora defendía y hasta paraban y
le compraban los limones.
Detuve
mi automóvil frente a él y, aunque mi primera intención fue decirle quién yo
era, desistí de ello porque pensé que a lo mejor no me reconocería.
La
cuestión fué que me alegró verlo allí y que aun luchaba por lo que creia justo.
Lo que sí hice fue comprarle un paquete de diez limones. Al entregarmelo me
preguntó:
--¿Tú
eres cubano?
--Sí,
le contesté.
--Pues
la próxima semana debes ir a la manifestación pacífica que va a haber frente a
las oficinas de Inmigración en apoyo de los nicaraguenses para que les den un
permiso de trabajo a esa pobre gente que lo único que quieren y necesitan
urgentemente es que los dejen trabajar en paz. Todos estos limones que estoy vendiendo
es para ayudarlos a pagar los costos de representación legal.
--Seguro,
le contesté, mientras mentalmente me hice el firme propósito de asistir a
dicha manifestación y más sabiendo ahora que uno de los organizadores seguía
siendo un perfecto hombre de bien.
En
el recorrido hacia mi casa le conté a mi hijo sobre la admiración y respeto que
yo sentía por ese hombre que acababamos de ver vendiendo cartuchitos de diez
limones para donar lo recaudado a una causa justa, y el por qué.
Al
llegar al hogar mi hijo se encargó de decirme algo que me resultaría
traumatizante:
--Papâ,
ese hombre no es tan honesto y honrado y mucho menos perfecto como me contaste. Te robó.
Ante
la la pregunta reflejada en mi rostro mi hijo agregó:--Aquí en el cartucho nada
más que hay nueve limones y él te cobró por diez.
Era
cierto. Tristemente cierto. Lo próximo que hice fue revisar el asiento trasero
del carro y el piso del mismo para ver si por casualidad el limón faltante,
ahora convertido entre seguir avalando la honradez de un para mi heroe o
catalogarlo como un vulgar ratero, y el resultado al no encontrar nada fué muy
decepcionante en lo personal.
Durante
toda esa noche casi me fué imposible conciliar el sueño. La perfección de
Perfecto tan perfectamente recordada por mí se hizo imperfecta ante los hechos ocurridos. Mi héroe
moral, escondido mentalmente por mí durante tantos años, se me había vuelto de
repente un mortal cualquiera por culpa de un limón que matemáticamente no valía
mas de diez centavos. Pobres nicaraguenses, pensé. No creo que van a tener una buena representación. Quizás toda esa propaganda en su carreta no era más que
con la maquiavélica intención de ganarse la simpatia de esa comunidad y
poderles vender los adulterados paquetes de limones.
Defínitivamente
llegué, a la para mi triste conclusión, de que las mentiras a las cuales nos
tropezamos en la vida habían logrado desperfeccionar a Perfecto. A la mañana
siguiente conduciendo mi auto hacia mi trabajo, por ir todavía pensando en lo
acontecido con Perfecto y el dichoso paquete de diez limones de nueve, me
entretuve y casi causo un accidente sino llega a ser porque, en el último
instante frené bruscamente. Bendito frenazo!!!
De
la parte de abajo del asiento trasero del auto salió hacia adelante un limón.
El número diez que se había salido del paquete y que yo no vi cuando revisé en
busca de él.
Pensé
que los nicaraguenses iban a tener buen apoyo en Perfecto y pensé también en la
razón que tuvo mi abuelo cuando dijo lo de la percepción humana.
Escribe:
Modesto Reyes Canto.
Arte:
Karen Reyes.
No comments:
Post a Comment